Chesterton, un valor en alza



          

El 14 de junio se cumplió el 75 aniversario de la muerte del escritor Gilbert Keith Chesterton, el magnífico escritor inglés y católico, pero después de pasar por el anglicanismo y anteriormente por el agnosticismo, apasionado en su escritura, vitalista y bonachón, porque su lema era que en literatura lo único que debería prohibirse es aburrir.

En su larga vida literaria el aburrimiento no tuvo cabida en su obra apasionada, lúdica y siempre gozosa, porque elogiaba con socarrona convicción que era preferible quedarse en la cama porque “los avaros se levantan muy temprano; y los ladrones, según tengo entendido, se levantan la noche antes”. Este comentario jocoso no significa que Chesterton no fuera un escritor culto, exigente en su escritura, pero siempre con la claridad amena del que tiene mucho que decir y sabe decirlo y no con los entresijos farragosos y estériles de los pseudo-intelectuales, que sólo manifiestan claramente la incapacidad estéril de poder y saber expresarse, lo que le molestaba tanto como el fanatismo oscurantista religioso, la soberbia prepotente de los ricos y los críticos o consejeros literarios a los que detestaba.

Chesterton defendía el “distribucionismo” de la doctrina social de la iglesia, en contra del socialismo o del capitalismo como ideologías en pugna constante .De los personajes famosos lo que le interesaba era su catadura moral, lo cual dice mucho de este escritor a quien le preocupaba cómo era un individuo más que quién o qué era.

Josep Pla, el poeta y escritor ampurdanés, admira sin fisuras a este escritor heterodoxo que ofrecía una visión de la Edad Media, muy distinta a la oscurantista y predominante en otros autores. Pla afirma de Chesterton que, al igual que cuando se habla de Cervantes o Montaigne, no sólo se lee, sino que acompaña, y llega a afirmar que: «Siento que es una buena persona, y un intelectual de sus dimensiones, cuando es buena persona, es lo más parecido a un ángel...».

En la obra de Chesterton Por qué soy católico, afirma que “la conversión llama al hombre a estirar su mente igual que quien despierta de un sueño se siente impulsado a estirar los brazos y las piernas”. Este estiramiento mental le permite a Chesterton mirar, reflexionar y enjuiciar los asuntos más diversos de su época, que son de la misma índole que de cualquiera otra, con una profundidad de pensamiento, originalidad incuestionable y una sagacidad sorprendente.

Su talante católico no le hace actuar de forma dogmática y rígida, sino con una apertura mental que era la mera demostración de lo que llamaba “fe encarnada”, es decir, insertada en el binomio espacio-temporal, lo que le hacía ser un hijo de su tiempo, pero con una altura de miras que le permitía tener esa “vista de águila” capaz de desentrañar los más recónditos rincones de cada asunto, de cada cuestión a dilucidar, sin dejarse atrapar por lugares comunes, ni por falsas “verdades” asumidas como tales; sino que su juicio estaba alumbrado por una fe sentida y vivida que le hacía ver en la oscuridad del materialismo, por un lado, y del dogmatismo religioso, por el otro, que obnubilaba la mente de muchos de sus contemporáneos.

Los ochenta y cinco títulos que se han publicado en los últimos tiempos de este autor prolífico, entusiasta y diferente a todos, hablan del éxito que está teniendo en la actualidad quien por su honradez, honestidad, sinceridad a ultranza y claridad, ha ganado las simpatías de los lectores, a pesar del tiempo transcurrido desde su muerte, porque en su obra hay verdad, autenticidad y amenidad, algo tan difícil de conseguir en una larga trayectoria literaria como ha sido la de este autor, creador del inefable personaje conocido como el Padre Brown, y de su saga detectivesca, que han hecho las delicias de muchas generaciones.

Su obra alegórica El hombre que fue jueves, es uno de sus títulos más importantes, por su originalidad e ingenio. Además, fue autor de muchos libros sobre estudios teológicos, polémicas y poemarios, así como diversas biografías.

Es una buena señal, en una sociedad descreída, materialista y poco proclive a las creencias religiosas, que un autor decididamente conservador y católico sea un autor tan demandado en la actualidad, lo que induce a pensar que el ciudadano medio, el lector, está ya cansado del pesimismo a ultranza, el hedonismo light, la falta de valores, el desencanto de una sociedad que no responde a todas las necesidades del individuo y, por ello, se vuelve hacia autores que le hablan de valores, de decencia, de esperanza, alegría y generosidad.

Quizás estos son los valores que empiezan, lentamente, a despertarse en una débil, tímida, pero imparable contestación social contra los valores impuestos por decreto, lo “políticamente correcto”, lo legal pero injusto, la moral a la carta y el adormecimiento ético en el que la sociedad actual vive aletargada y del que empieza a despertar, movida por la insatisfacción, el desencanto y la angustia.

Autores como Chesterton deberían ser leídos, aconsejados y promocionados, precisamente, entre los más jóvenes que son los que más necesitan el mensaje de esperanza, de ética y de alegría que la sociedad les niega, porque estos valores auténticos están en contra de la bazofia anticultural, amoral y desesperanzada en la que estamos inmersos y que han sido proclamados como el ideario de una sociedad en bancarrota.

Chesterton es una buena medicina para los males del mundo, del espíritu y de la sociedad mortecina y agonizante en la que sobrevivimos. Y es así porque hablaba de cuestiones que nos atañen a todos. Ël escribió: «El peor enigma para nosotros no son los ricos, sino los muy ricos… El problema hoy es que ciertos poderes y privilegios se han extendido por el mundo de un modo tan incontrolable que escapan tanto al poder de los moderadamente ricos como al de los moderadamente pobres…».

Un escritor con vista de águila para dilucidar los problemas del mundo y tocar en el fondo y haciéndonos sentir que hablaba para nosotros, para todos los seres humanos que comparten la misma fragilidad, vulnerabilidad y corren el mismo peligro de ser devorados por los mismos enemigos de siempre: la corrupción, la ambición desmedida y la falta de escrúpulos.

¿Es de extrañar, pues, que Chesterton sea un valor en alza?

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