"Rosa enferma", de Leopoldo María Panero



Rosa enferma 
Portada de "Rosa enferma", Leopoldo María Panero, 
Leopoldo María Panero
Huerga &; Fierro,
Madrid 2014, 96 pp.

"Rosa enferma", de Leopoldo María Panero, obra póstuma del últimos de los poetas malditos españoles.


            El poemario inédito que dejó Leopoldo María Panero al morir, ha sido publicado por sus editores de los últimos tiempos, Huerga & Fierro en este mismo año de su muerte.
             Compuesto de 58 poemas que son el más fiel reflejo de la mente, del pensamiento y sentimientos de su autor, ese poeta maldito, siempre a caballo entre la locura y la cordura, pero poeta que hace vibrar con la belleza tenebrosa de sus poemas a cualquiera que se enfrente a ellos, aunque sea con el ánimo encogido y el corazón deslumbrado por la belleza terrible que plasman y que no son otra cosa que el lamento siempre continuado de un hombre que pasó los últimos cuarenta años de su vida entre manicomio y manicomio, en un triste periplo por el territorio nacional por el que fue dejando tras de sí a familiares, amigos y quedando definitivamente derrotado y solo, tal como dice en este poemario : "Como si estuviera por fin solo/Colgado del último verso".
            La poesía salvó a Leopoldo María Panero de quedar irremediablemente sumido en la locura, porque esa necesidad de escribir, de expresarse, le conectaba con lo más profundo de su ser, con su talento poético inagotable, pero también era como un lacerante grito de dolor que ponía de relieve la mayor y más desnuda verdad de sí mismo y del enigma en el que el sufrimiento lo había convertido para sí mismo y para los demás.
            Decía Shakespeare que "El poeta es el espía de Dios", quizás porque es el único capaz de llegar a vislumbrar esas zonas oscuras, terribles, del alma humana, en el que la mirada de un no poeta no puede traspasar nunca.    Leopoldo Mª Panero lo supo hacer desde el primer momento que quiso escribir poesía, desde el instante en el que se dio cuenta que la esquizofrenia era el muro que le separaba de los demás mortales, supuestos cuerdos, pero también ciegos y desprovistos por ello de esa capacidad de horadar el alma humana, los entresijos de la mente que sólo se abren a la mirada atenta, profunda y doliente de un loco con la capacidad poética y el profundo bagaje cultural de este poeta loco, hombre solo y derrotado, que nunca abandonó el estandarte de la poesía como único faro de salvación que le acompañaba e iluminaba con su luz en la oscuridad terrorífica del mundo que le rodeaba, que le asfixiaba entre electroshock, tranquilizantes, neurolépticos y demás parafernalia psiquiátrica, con la que Leopoldo fue perdiendo, poco a poco, su resistencia hasta llegar a esa humilde aceptación de su mal, de su terrible enfermedad, pero de la que nunca se rebeló, porque, quizás, pensaba que era el estigma que ese Dios en el que no creía, pero al que buscaba desesperadamente, le había marcado como la señal inequívoca de ser un elegido, al igual que Van Gogh lo fue en el terreno de la pintura, otro loco genial que enseñó al mundo mirar la realidad con otros ojos.
            En este poemario se mezclan otras muchas voces de poetas y artistas, vivos y muertos: Pessoa, Mallarmé, Artaud, Elliot, Chandler, Gimferrer, Goya, que se entremezclan en un concierto coral y que conformaban el imaginario de Panero, porque a través de esas voces reencontraba la suya propia como un profundo eco en el que se hermanaba. Ellas alimentaron su propia obra, como confiesa el  poeta, negando la absoluta originalidad de  su obra, en un acto de modestia que pone de manifiesto su altura moral, ética y poética. Todas esas voces formaban parte, junto a otras muchas, de un caudal siempre inagotable que unía sus sonoras aguas a las suyas propias de creación poética que le acompañó hasta su muerte, esa que le libró de sus propios fantasmas y le llevó al otro lado de la realidad, de la vida, a la que decía odiar y despreciar, porque de ella sólo obtuvo el dolor, la soledad, la incomprensión y su terrible orfandad, lo que le llevó a escribir, en uno de los poemas de esta obra póstuma, que todo eso le había llevado hasta el final. "Orinando sobre mi cadáver que es el único/ En saber el secreto inmundo de la vida".
            Esta obra es el testamento literario póstumo de quien supo, en todo momento, que la belleza también se esconde en la parte más oscura de la vida cuando un poeta sabe rescatarla del pozo de la congoja y la desdicha.
            Ya lo dice el poeta en uno de los trémulos poemas contenidos en este libro:     
           
VI

Lo que promulga el psiquiatra jefe de este manicomio
Ya la página lo dice, qué oscuro es la mortalidad retrasada
Qué terrible la vida que nada sabe del hombre
Porque el hombre se arrodilla sin remedio ante la página llorando
Y escupe contra el hombre
Y dibuja líricamente en un árbol la silueta del colgado antes de colgarse
El temblor oscuro del sepulcro
Que está hecho no para los hombres
Sino sólo para el silencio y la ruina
Y para la buena nueva del desastre
Para el terror gótico de estar vivo como un ángel
Por eso la poesía es el camino de la oruga
Que hablará de mí a los hombres
Cuando esté muerto
Cuando un caballo recorra las páginas
Y anuncie a los hombres la buena nueva
De que ya no estoy solo
En la Santa Compaña del cierzo y del silencio

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  Nota.-  Este artículo fue publicado en Diario siglo XXI/Cultura/Libros, el 15 de septiembre de 2014 (ver vínculo)


          

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